Juan no entiende nada
(adaptación de “El elefante encadenado”, cuento de Jorge Bucay)
Dedicado a José Perez Agote de parte de Arantza Rey Aurrekoetxea.
Una tarde de verano, que Juan se había portado muy bien y que había ayudado a barrer toda la casa, sin dejarse los rincones, ni debajo de las alfombras, los papás de Juan le preguntaron que quería hacer para pasar un buen rato. Ese agosto había llegado a la ciudad un circo muy grande, con trapecistas, leones, payasos y muchos otros animales y atracciones. A Juan le gustaban mucho los circos. El animal que mas le gustaba en el circo era el elefante. Pero también era el animal que más le extrañaba. El elefante era poderoso. El elefante era poderoso y grande. Pero el elefante, que era tan tan grande y tan tan poderoso estaba atado a una minúscula estaca y no se movia para nada del sitio. Cuando estaban mirando desde la barrera, antes de coger las entradas, los animales que estaban resguardados bajo los toldos, Juan no pudo reprimir la curiosidad.
Entonces Juan le preguntó a su mamá:
- Mamá, ¿por qué el elefante no se separa de la estaca?
Y la mamá de Juan le contestó:
- Porque está domesticado, Juan.
Aaaah, respondió Juan sin comprender qué significaba aquello de estar “domesticado”.
Entonces Juan le preguntó a su papá:
- Papá, ¿por qué el elefante no se separa de la estaca?
Y el papá de Juan le contestó:
- Porque está domesticado, Juan.
Aaaah, respondió Juan sin comprender una vez más qué significaba aquello de estar “domesticado”.
Paso un rato en que la cara de Juan reflejaba la mas profunda perplejidad. Uno de los domadores lo advirtió y, sonriendo, se acercó a Juan.
- “¿Qué te pasa, Chaval?” Le preguntó con aire despreocupado, pero observando atentamente la cara de Juan.
- “Que no entiendo qué es estar domesticado” le contestó Juan aliviado de poder expresar sus dudas.
- “Mira, hijo, el elefante no sabe que es muy muy fuerte y que puede librarse de su atadura. Cuando era pequeñito le atamos a la estaca, que entonces era muy grande y muy recia para el. Trato de liberarse, pero no pudo. Lo intentó mucho, muchísimo, pero no pudo. Hasta que se dio por vencido. Ahora ya no intenta liberarse. Desde que se convenció que no podía no ha vuelto a intentarlo. Ahora, si lo intentara, podría, pero ya no hace esfuerzos. Se ha acostumbrado a su destino. A eso se le llama estar domesticado.”
- No entiendo, le espetó Juan sin cejar en su empeño de desentrañar la cuestión, ¿el elefante no piensa? ¿no ve que la estaca es muy pequeña? ¿no se ve el muy grande?
- El domador le miró con cierta pena. Sonrió tenuemente, acarició la cabeza del niño y musitó. “Algún día entenderás, hijo. Cuando sea demasiado tarde y tu también estés domesticado, cuando no te acuerdes de esta conversación y hayas perdido todos tus ideales, cuando la rutina te lleve a una vida sin sentido y solo te quede rodar de psiquiatra en psiquiatra tratando de desentrañar la causa de malestares misteriosos que te tienen atado en un sinvivir, entonces quizás entiendas lo que te estoy tratando de explicar.”
Juan no preguntó nada mas. Agarró la mano de su madre y continuó avanzando junto con ellos hacia la entrada del circo para ver el espectáculo. Para dentro de si se marchó pensando “Qué señor más raro”.
(adaptación de “El elefante encadenado”, cuento de Jorge Bucay)
Dedicado a José Perez Agote de parte de Arantza Rey Aurrekoetxea.
Una tarde de verano, que Juan se había portado muy bien y que había ayudado a barrer toda la casa, sin dejarse los rincones, ni debajo de las alfombras, los papás de Juan le preguntaron que quería hacer para pasar un buen rato. Ese agosto había llegado a la ciudad un circo muy grande, con trapecistas, leones, payasos y muchos otros animales y atracciones. A Juan le gustaban mucho los circos. El animal que mas le gustaba en el circo era el elefante. Pero también era el animal que más le extrañaba. El elefante era poderoso. El elefante era poderoso y grande. Pero el elefante, que era tan tan grande y tan tan poderoso estaba atado a una minúscula estaca y no se movia para nada del sitio. Cuando estaban mirando desde la barrera, antes de coger las entradas, los animales que estaban resguardados bajo los toldos, Juan no pudo reprimir la curiosidad.
Entonces Juan le preguntó a su mamá:
- Mamá, ¿por qué el elefante no se separa de la estaca?
Y la mamá de Juan le contestó:
- Porque está domesticado, Juan.
Aaaah, respondió Juan sin comprender qué significaba aquello de estar “domesticado”.
Entonces Juan le preguntó a su papá:
- Papá, ¿por qué el elefante no se separa de la estaca?
Y el papá de Juan le contestó:
- Porque está domesticado, Juan.
Aaaah, respondió Juan sin comprender una vez más qué significaba aquello de estar “domesticado”.
Paso un rato en que la cara de Juan reflejaba la mas profunda perplejidad. Uno de los domadores lo advirtió y, sonriendo, se acercó a Juan.
- “¿Qué te pasa, Chaval?” Le preguntó con aire despreocupado, pero observando atentamente la cara de Juan.
- “Que no entiendo qué es estar domesticado” le contestó Juan aliviado de poder expresar sus dudas.
- “Mira, hijo, el elefante no sabe que es muy muy fuerte y que puede librarse de su atadura. Cuando era pequeñito le atamos a la estaca, que entonces era muy grande y muy recia para el. Trato de liberarse, pero no pudo. Lo intentó mucho, muchísimo, pero no pudo. Hasta que se dio por vencido. Ahora ya no intenta liberarse. Desde que se convenció que no podía no ha vuelto a intentarlo. Ahora, si lo intentara, podría, pero ya no hace esfuerzos. Se ha acostumbrado a su destino. A eso se le llama estar domesticado.”
- No entiendo, le espetó Juan sin cejar en su empeño de desentrañar la cuestión, ¿el elefante no piensa? ¿no ve que la estaca es muy pequeña? ¿no se ve el muy grande?
- El domador le miró con cierta pena. Sonrió tenuemente, acarició la cabeza del niño y musitó. “Algún día entenderás, hijo. Cuando sea demasiado tarde y tu también estés domesticado, cuando no te acuerdes de esta conversación y hayas perdido todos tus ideales, cuando la rutina te lleve a una vida sin sentido y solo te quede rodar de psiquiatra en psiquiatra tratando de desentrañar la causa de malestares misteriosos que te tienen atado en un sinvivir, entonces quizás entiendas lo que te estoy tratando de explicar.”
Juan no preguntó nada mas. Agarró la mano de su madre y continuó avanzando junto con ellos hacia la entrada del circo para ver el espectáculo. Para dentro de si se marchó pensando “Qué señor más raro”.